SEGUNDA PARTE

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Hoja 88

19… DON CARLOS
(UN CANTOR)

Era una tarde soleada de junio, ya se sentían los primeros fríos que anunciaban la proximidad del invierno.

Mi madre me había puesto un pulover que me hacía picar el cuello. Pero no importaba, estaba feliz haciendo correr detrás del triciclo mi trencito de latas de sardinas.

Mi padre me lo había hecho el domingo anterior.

Los vagones estaban unidos con eslabones de alambre galvanizado, y la locomotora toscamente labrada de un pedazo de madera, de las que teníamos en el galpón del fondo para la cocina de leña.

Giraba y giraba sobre el patio de cemento de portland, que era el techo del aljibe. El ruido áspero de las latas sobre el hormigón y la resonancia que salía del brocal llenaban mi imaginación, haciéndome creer que era el maquinista de un enorme tren que iba atravesando llanuras, cordilleras, cuchillas, playas y... ¿por qué no?... hasta mares.

La imaginación de un niño no tiene límites.

Sólo puedo decir que de todos los juguetes que recibí en mi niñez, a ninguno quise tanto como a ese trencito de viejas latas vacías de sardinas.

Mi madre estaba en la cocina, tenía la ventana abierta, por ésta salían los cantos de un mano a mano que transmitían por la enorme radio.

Mano a mano entre Gardel y Magaldi, entre Libertad Lamarque y Azucena Maizani.

Algunas canciones la tarareaba mi madre, y otras las escuchaba en silencio. De vez en cuando asomaba su cabeza por la ventana abierta y me miraba. Cada vez que esto hacía, yo pedaleaba con más fuerza mi triciclo y una sonrisa nos unía.

Los Dones del AyerPág. 174

Don Carlos

¡Cuánto representa la sonrisa de una madre para un niño!

Seguía dando vueltas cuando de pronto la radio paró de transmitir.

Luego de un instante de silencio, se escuchó la voz acongojada del locutor:

–"Señores oyentes... Gardel ha muerto... Las difusoras argentinas lo acaban de confirmar... En el aeropuerto de Medellín, en Colombia... Gardel ha muerto"...

Mi madre apareció por la puerta del corredor.

Su mirada de asombro no explicó nada a mi mirada llena de interrogante infantil.

Por la radio empezaron a transmitir detalles: De un avión que se había incendiado, que lo había chocado otro avión, que Gardel había muerto, y ponían tangos de él.

Mi madre salió para el jardín del frente. Yo desenganché mi trencito y salí tras ella arrastrando mi juguete barato sobre las baldosas, hasta llegar a la vereda.

Allí ya se habían reunido todas las vecinas y era tal el entrevero de conversaciones que no entendía nada. Sólo repetían que había muerto Gardel.

Yo sabía que era un cantor, me gustaba como cantaba, pero... ¿Cómo puede entender la muerte un niño de seis años?

Pensaba en mi gato Miñón, que había aparecido muerto unos meses atrás.

Lloré mucho por él, ya no maullaba, ya no me arañaba ni ronroneaba contra mis piernas.

Me trajeron otro gato, me hacía las mismas cosas, pero no era igual, era mi gato pero no era Miñón.

Las viejas seguían en sus comentarios y las radios pasando tangos del cantor.


Los Dones del Ayer▼ Sig. Pág. 175

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Bajando por la calle, desde allá arriba, donde estaban los ranchos, apareció Juaquín, un taita, reo, arrabalero, guapo, compadrito.

Pantalones bombilla, saco apretado, con un pañuelo saliéndole del bolsillo, zapatos de charol con cabretilla blanca, taquito militar, sombrero de ala curva que le cubría la mirada, pañuelo blanco al cuello.

Su cintura envuelta con una faja gris plateada, de la que sobresalía el mago del facón.

Venía contoneándose al andar, los brazos separadas del cuerpo, la pinta de un matón...

Pero en sus pasos no se notaba el fanfarrón de siempre, había un dejo de tristeza, de vencimiento.

Cuando pasó cerca del coro de vecinas, una le dijo:

–¿Sabe Juaquín?... Gardel ha muerto.

El hombre se paró. Giró. Miró a las mujeres con una mirada que helaba. Dio unos pasos y subió a la vereda.

Las viejas buscaron refugió en el zaguán de una casa y yo quedé solo en el medio de las baldosas cuadriculadas de la vereda.

Aún tenía mi trencito de latas de sardinas colgando de un piolín y alrededor de los pies. De las radios de las casas salía la voz del cantor repetida en decenas de parlantes.

Juaquín se me acercó. Me miró. Su mirada estaba llena de tristeza, tenía los ojos enrojecidos, quizás de alcohol... o quizás de llanto. Puso una mano sobre mi hombro. Esa mano transmitía sentimiento. Como la de mi padre cuando me hablaba de Europa.

Y comprendí que me unía a su alma de bohemio.

Volvió a observar las mujeres con una ojeada despectiva. Luego me miró nuevamente con su mirada triste y dijo con voz ronca, agria de tabaco negro, de caña paraguaya y de amargura de arrabal:

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Don Carlos

–¿Por qué dicen que ha muerto?... ¿acaso no oyen que está cantando?

Instintivamente moví la cabeza afirmando, sintiendo que decía la verdad.

El reo se acomodó el pañuelo blanco al cuello y cerró el segundo botón del saco.

Nos sonreímos en un gesto de comprensión. Se dio media vuelta y, bajando por la calle, se figura se perdió.

Las vecinas volvieron a la vereda, volvieron a los comentarios.

Yo levanté mi trencito de latas para no hacer ruido. Entre a la casa. Crucé el corredor de envarillado, algunos malvones se estaban secando.

Llegué a la cocina, miré el almanaque. Mi madre me había enseñado a leerlo.

Era el 24 de junio de 1935.

Tomé una silla y me senté frente a la radio. A mis pies estaba el trencito de lata. En la radio cantaba Gardel...

Y yo me quedé escuchándolo.

::::::

Los años fueron pasando. Yo creciendo. Y Gardel también. Se volvió un mito, una leyenda, una realidad llena de recuerdos y un recuerdo lleno de realidad.

Un recuerdo que en lugar de ir desvaneciéndose poco a poco en el tiempo, fue tomando más fuerza, más vivencia, más sentido de actualidad.

Fui a la escuela. Fui al liceo. Empecé a soñar, a amar, y a seguir escuchando a Carlos Gardel en cada ilusión, en cada frustración.

Me identificaba si él cantaba "Amores de estudiantes", o me hundía en la melancolía con "Golondrinas", para ahogarme en la tristeza de "Cuesta abajo" y volviendo a nacer en "Melodía de arrabal".

Los Dones del Ayer▼ Sig. Pág. 177

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Mi madre protestaba, mi padre sonría... mi tío rezongaba por que no le cambiaba la púa al gramófono.

Pero cuando arreglábamos los muelles del regulador de velocidad poníamos un disco del "zorzal" para saber si el aparato había quedado bien y, luego de escuchar el pesado y negro disco, me decía:

–Ahora está bien... ¿sabés una cosa, botija?... éste, cada vez canta mejor.

::::::

Los gramófonos fueron desapareciendo. Se volvieron piezas de museo. Aparecieron los tocadiscos eléctricos.

Los discos se hicieron finitos, luego aparecieron los de 45 revoluciones y, finalmente volvieron a surgir los discos grandes pero de larga duración.

Al ponerlos, en cada cara se podía escuchar seis piezas y la aguja se cambiaba muy pocas veces.

Había llegado la época de la comodidad, de la velocidad, de programar lo que uno quería sentir por media hora de tiempo... sin importar el sentimiento de cada momento.

Surgieron discos de Gardel reunidos en seis tangos por lado en un orden hecho por alguien.

Se perdió el sabor de escucharlo pieza por pieza, de repetirlo cada vez que "la niebla gris de la nostalgia" así lo quisiera. Pero esa vivencia natural de su voz, de lo que decía, de lo que significaba... volvió a ser actual.

Es que sus canciones tienen un mensaje para cada situación de la vida, no importa en que momento del tiempo o de la vida se esté escuchando.

Muchos quisieron parecerse a él. Mejor dijéramos, que fueron alumnos que quisieron parecerse al maestro.

Algunos intentaron igualar su nombre, otros su manera de cantar, y todos su forma de ser, de vestir, de andar, de mirar, de peinarse...

Pero original, sólo hay uno.

Los Dones del AyerPág. 178

Don Carlos
::::::

Recuerdo aún cuando cobré mi primer sueldo.

Fui a comprar un pañuelo blanco para el cuello, una gabardina, y un par de zapatos de charol.

Salí esa noche para el puerto, me mezclé entre yiras y malevos... creo que Carlitos se habría reído de mí.

Es que todos, en algún momento de la vida, quisimos ser parecidos a él.

Pero... ¿Quién fue él en realidad?...

Sólo un hombre.

Sólo Carlos Gardel y nada más que Carlos Gardel.

Quizás en eso estriba su diferencia.

Muchas cosas se dijeron de él a través del tiempo, unas llenas de fanatismo, otras saturadas de envidia, y entre las dos iban formando el mito de una realidad.

Se dijo que era mujeriego.

¿Qué muchacho de arrabal no deseó en algún instante de su vida tener una mina en el buril de un cuartito azul y sentir el amor de una criollita mientras llovía en el techo de zinc?

Nunca se casó.

¿Acaso cada mujer no se siente la protagonista de su romance personal al escucharlo cantar "El día que me quieras"?

Fue de todas y de cada una en particular, sin ser de ninguna en personal.

Se dice que nunca supo ahorrar, que fue bohemio, noctámbulo, despilfarrador.

¿Acaso existe un muchacho de barrio que sea avaro, interesado, egoísta?

Para el reo, el dinero sólo es un ave de paso.

Que le gustaba la timba, el juego, los caballos.

¿Quién no sintió que se jugaba el todo por el todo en las patas de un matungo, en un instante, en Las Piedras, Maroñas, San Isidro, Palermo?

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Se dice que amó a su madre con obsesión.

Nada extraño eso. Somos una raza especial. Deseamos y despreciamos a las mujeres.

Pero el tango las reivindica, en él somos sumisos esclavos, perdidos enamorados de la mujer mala, la que es buena se muere, y la madre es la perfección.

Resumen de toda mujer: un poco mala, algo de buena, y siempre madre.

Se dice mucho, pero lo que realmente fue sólo se puede sentir.

Amigo de Razzano, cantor del pueblo. Intérprete de Lepera, romántico soñador.

Declamador de Discépolo, filósofo de nuestro pueblo, de nuestra forma de ser.

Si Discépolo fue el Sócrates de nuestra Atenas del Plata, Gardel fue Platón.

Sin él, nunca se hubiera llegado a conocer nuestra filosofía de la vida.

Hasta en su nacimiento fue nuestro. No porque naciera de un lado o del otro del río, sino por que fue extranjero.

Fue el gallego, el tano, el francés que, nacido en otras tierras, se hizo tan nuestro que tuvimos la osadía de reclamarlo como nacional... cuando él era universal.

Los libros de historia están llenos de militares, políticos, hombres de letras.

Y con ellos se quiere dar a entender la formación de nuestra nación, de nuestra idiosincrasia.

Forma estéril, fatua, de conocernos.

Basta con escuchar a Gardel por media hora y ya se nos empieza a conocer...

Para saber como somos hay que escucharlo una vida.

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Los Dones del AyerPág. 180

Don Carlos

Atardece. Por la ventana veo un barrio de techos rojos que se va cambiando por el zinc, por el cemento.

En el equipo de sonido canta Gardel, junto a Razzano, junto a Canaro, junto a orquestas que en su tiempo no existieron... no sé si es más grande la técnica que logró eso o si el "Morocho del abasto" existió sin tiempo.

Añoro un trencito de latas de sardinas, que fue mi juguete mejor. El chillido de la hamaca del fondo. El traqueteo de la cadena en la roldana del aljibe.

¿Qué se habrá hecho el malevo Juaquín? ¿Del taquito militar? ¿Del patio de ladrillos rojos donde lo vi bailar?

¿Dónde estará el gramófono de mi tío? ¿La sonrisa de mi madre? ¿El corredor de envarillado? ¿Dónde están los malvones en el aljibe? ¿El eco del balde al caer en el agua? ¿La mirada azul de mi padre?

Todo se ha ido. Todo se ha perdido en el tiempo. Pero Gardel sigue cantando.

Es de noche. Me siento frente al tocadiscos. A mis pies me parece ver un trencito de latas. Es sólo imaginación. Nostalgia del ayer. Estoy cansado. Estoy lejos.

De su voz, me detengo a escuchar: "Volver".

Y una tristeza fina se cuela en mi alma.

::::::

Perdone usted, Don Carlos. Sé que se lo han dicho muchas veces. Eso no quita que sea verdad:

–Usted, Don Carlos, cada día canta mejor.

Y disculpe que lo llame Don.

Es que, aunque no haya vivido en el barrio...

Don Carlos, haberlo tenido... es un don.

...oo0oo…
1982

Los Dones del Ayer▼ Sig. Pág. 181

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